martes, 4 de junio de 2013


Nietzsche aborda la ética desde diferentes perspectivas. En términos de hoy en día, podemos decir que sus obras tocan los ámbitos de la metaética, la ética normativa, y la ética descriptiva.

En lo referente a la metaética, Nietzsche puede ser clasificado quizá como un escéptico moral. Esto es en la medida en que afirma que todas las sentencias éticas son falsas, porque cualquier tipo de correspondencia entre sentencias morales y hechos es ilusoria y mendaz. Esta afirmación forma parte de aquella otra más general según la cual no existe una verdad universal, pues ninguna corresponde a la realidad más que de una forma aparente. En realidad, las afirmaciones éticas, como todas las afirmaciones, son meras interpretaciones como mínimo siempre parciales sobrepuestas a la realidad, fundamentalmente ininterpretable.

Dios está muerto! ¡He aquí les presento al superhombre! Así declaró Nietzsche, el filósofo alemán del siglo XIX, cuando sentó las bases del postmodernismo.

¿Qué es el postmodernismo? Antes de tratar de definirlo, conviene que primero entendamos el modernismo. En forma breve, el modernismo fue un movimiento que enfatizó la razón y que se expresó de forma más completa mediante la ciencia. Comenzando con filósofos como Locke, Kant y Hegel, el modernismo aspiraba a entender el mundo por medio de la razón. Algunos científicos, como Bacon y Newton, consideraron que la realidad física operaba sobre las bases de las leyes naturales y forjaron una ciencia moderna empírica por su metodología y racional por su interpretación. El siglo XVIII, el Siglo de las Luces o de la Ilustración, procuraba aplicar la razón y la ciencia a toda realidad, un intento al cual los postmodernistas se refirieron en forma peyorativa como “El Proyecto del Iluminismo”. El siglo XIX fue testigo de los esfuerzos de Henry Buckle, August Comte y Karl Marx, de convertir el estudio de la sociedad humana, pasada y presente, en disciplinas que descubrirían leyes similares a las del mundo natural. El siglo XX enfatizó la aplicación de la metodología científica a las disciplinas académicas, y en ese proceso el modernismo generó la degradación del medio ambiente, el totalitarismo en nombre de la ciencia, guerras globales empleando la más avanzada tecnología y la destrucción atómica.

Contrariamente a lo que se esperaba, la razón y la ciencia no condujeron a ninguna utopía y no es de extrañar que surgieran reacciones en contra del modernismo. Una de esas reacciones es el postmodernismo.


Nietzsche: la realidad es lo que uno crea. A Nietzsche se lo considera a menudo el padre o el antecesor del postmodernismo. Al declarar que Dios está muerto, Nietzsche enfatizó que ya no había una base fundamental para las cosas, que no había un cimiento sobre el cual basar las creencias propias. Como consecuencia, el ser humano tiene la oportunidad y la responsabilidad de crear su propio mundo. Pero hay un problema, pues Nietzsche afirmó que el conocimiento de las cosas como se dan es en realidad imposible. Lo que nosotros aceptamos como conocimiento es una creación humana, una ilusión o una construcción artística. El lenguaje por medio del cual expresamos nuestro conocimiento es un mundo autónomo, completamente separado de la realidad exterior y totalmente arbitrario en su formación. Por lo tanto, lo que nosotros llamamos verdad es una invención humana.

Heidegger: la realidad es ser. Otra figura importante que influenció sobre el postmodernismo fue el filósofo alemán del siglo XX, Martin Heidegger. Este, esencialmente, estaba de acuerdo con el punto de vista de Nietzsche acerca de que el lenguaje crea la realidad. Para elaborar su comprensión del lenguaje, Heidegger se basó en ejemplos literarios y asumió una postura mística y casi religiosa ante el mismo. En lugar de analizar el lenguaje, él quería experimentarlo y por medio de esa experiencia llegar a ponerse en contacto con el ser, la existencia.

Foucault: la realidad es una liberación continua. Durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, varios pensadores franceses fueron atraídos por la ideas de Nietzsche y de Heidegger. Entre ellos, Michel Foucault y Jacques Derrida fueron los más significantes promotores del postmodernismo. Foucault sostenía que, debido a que el conocimiento tiene la intención de controlar y someter, no puede ser objetivo. Por ello el intelectual debe desafiar este orden en un programa continuo de liberación. El lenguaje por medio del cual se expresa el conocimiento es solamente discursivo —palabras e ideas que interaccionan con otras palabras e ideas, más que con los objetos en sí mismos—; por lo tanto constituye un discurso que desafía a un discurso opuesto. Por eso Foucault se puso del lado de los grupos excluidos o marginados, particularmente los homosexuales, para trastornar el orden existente. Pero si uno de estos grupos marginados llegaba a ser dominante, él estaba listo a aliarse con otro grupo marginado para oponerse a este nuevo orden de opresión que fue creado.

Derrida: no hay significados intrínsecos. Jacques Derrida también se ocupa del lenguaje. Ya que no tenemos una visión inmediata de la realidad, dependemos del habla y de la escritura. Pero el habla y la escritura son ambiguos y no necesariamente transmiten lo que queremos decir. Por eso Derrida propone la destrucción del texto, lo que incluye el análisis etimológico de las palabras, el juego de palabras involuntario y los deslices freudianos, con el fin de mostrar que éstos no contienen ningún significado intrínseco.

A pesar de las importantes diferencias entre estos cuatro pensadores, ellos colocaron las bases filosóficas del postmodernismo con tres contribuciones principales. Primero, el ser humano no puede tener acceso a la realidad y por lo tanto no tiene medios para percibirla. Segundo, la realidad es inaccesible, porque estamos encerrados en la cárcel del lenguaje que forjan nuestros pensamientos antes de que pensemos y porque no podemos expresar lo que pensamos. Tercero, nosotros creamos la realidad mediante el lenguaje, por ello quienquiera tiene el poder de estructurar el lenguaje determina la realidad.

El postmodernismo y las humanidades

El postmodernismo como un movimiento intelectual reconocido comenzó a fines de la década de los 60 y principios de los 70. Un examen de los escritos del postmodernismo revela la naturaleza cambiante y fragmentaria de este movimiento. Algunos de los efectos producidos por este énfasis sobre las humanidades pueden resumirse de la siguiente manera.

Antifundacionalismo. Es un hecho que a menudo se hace referencia al postmodernismo como antifundacionalista, pues emerge la consideración de que el lenguaje es una realidad completa en sí misma. Así Jean Baudrillard puede decir que debemos permitir “todas las interpretaciones posibles, incluso las más contradictorias, pues todas son verdaderas, en el sentido de que su verdad es intercambiable”. Reflejando a Foucault, Zygmunt Bauman declara: “La verdad es...una relación social (como el poder, la posesión o la libertad): un aspecto de la jerarquía construida sobre unidades de superioridad e inferioridad; más exactamente, es un aspecto de la forma hegemónica de dominación o de un intento de dominio mediante la hegemonía”. Por lo tanto, los postmodernistas frecuentemente hablan de textos, ideas y lenguajes “privilegiados”, creyendo que su importancia no radica en sus cualidades inherentes, sino en las relaciones jerárquicas de poder.

Enfasis sobre el “otro”. Debido a que ven la verdad como un símbolo o una expresión de poder, los postmodernistas enfatizan lo que ellos frecuentemente designan como “otros”: los grupos marginados, la gente de color, las mujeres, los homosexuales y la gente del tercer mundo, los cuales pueden desafiar el “centro” o el lugar del poder. En una frase típica, Henry Giroux afirma que “al desafiar la noción de la razón universal, la construcción de un sujeto blanco humanista y la legitimación selectiva de la cultura elevada como patrón de práctica cultural, la crítica postmodernista ha puesto en evidencia de cómo el característico discurso norteamericano y eurocéntrico de identidad suprime las diferencias, la heterogeneidad y la multiplicidad, en un esfuerzo por mantener la hegemonía del poder”.

Expresión en la crítica literaria. Con su énfasis en el lenguaje, no es de sorprenderse que el postmodernismo haya experimentado probablemente su más alta expresión en la crítica literaria. Un ejemplo de ello es Stanley Fish, quien ha sido un líder en el método de la literatura conocido como la teoría de la “respuesta del lector”. En su libro Is there a Text in This Class?, se refiere a la premisa del modernismo de que un texto literario tiene una identidad fija que el crítico debe descubrir. En este desarrollo intelectual Fish primero argumentó que el texto tiene una estructura que es la misma para todos los lectores, pero que el significado de la obra está basado en la experiencia del lector. Sin embargo, más adelante determinó que es el lector quien decide qué patrones formales son importantes. Más tarde, sostuvo que el lector suple los patrones formales. Finalmente, concluyó que el lector no actúa independientemente sino que es un miembro de una comunidad de interpretación que influye sobre la manera en que el lector comprende el texto.6 Otras escuelas críticas, incluyendo el formalismo, la semiótica, la destrucción del texto, el feminismo y el neomarxismo, también han desligado al autor y el texto de diferentes maneras. El crítico se dedica a la crítica como otra forma de arte —como un texto interactuando con otros textos— ya que no es posible identificar el “significado del texto con referencia a cualquier criterio de valor, de conocimiento y verdad de validez general”. Este enfoque teórico determina los ataques al llamado “canon” de la literatura occidental. Mientras que algunos simplemente quieren ampliar el canon para incluir “otras voces”, a saber, las de las mujeres y de las minorías étnicas, otros han atacado la noción misma de que los clásicos sean en alguna forma obras superiores. Más bien, según su punto de vista, esos escritos han sido considerados clásicos porque fueron colocados en esa posición por una estructura de poder representada por el hombre blanco heterosexual.


La historia ha respondido con lentitud al impulso del postmodernismo en parte porque los historiadores no han manifestado interés en los fundamentos teóricos de esta disciplina. Sin embargo, Hayden White argumentó a principios de los 70 que existía una considerable similitud entre la literatura y la historia, tanto en la forma como en el propósito. Es más, observó que, aparentemente, “hay un componente ideológico irreductible en cada registro histórico de la realidad”. Otros historiadores, especialmente los dedicados a la historia cultural e intelectual, han desarrollado este tema. Por ejemplo, Dominick LaCapra describe al historiador como alguien que sostiene un diálogo con el pasado y que decide “qué merece ser preservado, rehabilitado o críticamente transformado en tradición”. Junto al influyente filósofo Jean-Francoise Lyotard, quien desafió la posibilidad de toda interpretación totalizadora de la historia, los historiadores comenzaron a rechazar la noción de objetividad. “La historia, como el mito, poderosa, sugestiva e inevitablemente fragmentaria —escribe Henry Glassie—, existe para ser alterada, para ser permanentemente transformada, proponiendo órdenes sociales todavía no imaginables”.

Como otros lo hacen en los estudios literarios, los historiadores han ido incorporando en sus estudios cada vez más nuevas voces y perspectivas a su círculo, tales como afroamericanos, indígenes, mujeres, homosexuales, clases sociales ajenas a la élite como obreros, comerciantes, campesinos y pueblos colonizados. Con frecuencia se han referido al tema de la opresión, particularmente en conexión con la diseminación del cristianismo y del colonialismo occidental. Además de introducir nuevas voces, los historiadores ahora también buscan descifrar el lenguaje para revelar las relaciones entre el poder y el género, o de las realidades psicológicas subyacentes a los eventos. De la misma forma que algunos críticos literarios, ellos buscan derribar las jerarquías históricas. Comentando sobre el ardoroso debate acerca de estos nuevos impulsos en la erudición histórica, Joan Wallach Scott, la historiadora feminista, describe el acercamiento postmodernista a la historia y aplica su metodología de la siguiente manera: “El conocimiento que producimos es contextual, relativo, abierto a la revisión y al debate, y nunca absoluto. —Y continúa diciendo—: No se niega la parcialidad y la particularidad de la historia, y por extensión, de todos los acontecimientos que los historiadores nos relatan. En última instancia, es la pluralidad de las historias y de los protagonistas de las mismas, así también como la ausencia de una narración única lo que les resulta intolerable a los conservadores, porque socava la legitimidad de su búsqueda de dominio”. Tenemos que reconocer que el postmodernismo tiene facetas múltiples. Mientras que por un lado algunos argumentan que la erudición es una ficción, otros sugieren que hay una conexión entre el conocimiento y el mundo real. En otras palabras, hay versiones más conservadoras y más radicales del postmodernismo. Pero este mismo pluralismo de los postmodernistas sugiere su naturaleza fundamental. “Por lo tanto, propiamente hablando, no hay una ‘cosmovisión postmodernista’ ni la posibilidad de que esta exista —afirma Richard Tarnas—. El paradigma postmodernista es por naturaleza fundamentalmente subversivo de otros paradigmas, ya que en su esencia considera que la realidad es a la vez múltiple, y al mismo tiempo, local y temporal y sin un fundamento demostrable”.


¿Cómo debemos responder al postmodernismo? Es claro que desafía todos los conceptos que han guiado a la civilización occidental por más de 400 años. Su difusión en el mundo académico y en la cultura general requiere que se lo considere seriamente.

Contradicciones internas. En primer lugar, el postmodernismo presenta una serie de contradicciones internas. Aunque muchos potsmodernistas afirman que no podemos tener un contacto con la realidad y por lo tanto no podemos establecer la verdad, este argumento constituye una declaración verdadera acerca de la realidad. Por otra parte, al referirse al concepto de crisis, al proponer un proceso histórico que avanza de lo moderno a lo postmoderno y al criticar el “Proyecto del Iluminismo”, el postmodernismo termina proponiendo una meta-narración de la cultura occidental que parece no tomar en cuenta el pluralismo que a su juicio es la esencia del proceso histórico. El romanticismo, el tradicionalismo y la religión han desafiado la supremacía de la razón y han desempeñado un papel importante en la formación de nuestra cultura; sin embargo, parecen desvanecerse en medio del paradigma del “Proyecto del Iluminismo” postulado por los postmodernistas.

A pesar de la negación de los absolutos, la preocupación del postmodernismo con respecto al concepto del dominio y de la opresión, revela su propio esquema de valores morales. Los conceptos de tolerancia, justicia y democracia, aparecen frecuentemente en los escritos postmodernistas como valores morales por medio de los cuales se debe juzgar a la sociedad. Pero si no podemos conocer absoluto alguno, pareciera no haber otra razón que la preferencia para escoger estos valores en particular y, si la preferencia determina nuestros valores, parecería entonces que esos mismos valores perderían su fuerza moral.

Estas contradicciones internas del postmodernismo apoyan el punto de vista de muchos eruditos, de que en vez de ser una nueva cosmovisión —o una anticosmovisión— el postmodernismo es la conclusión o resultado lógico del modernismo. Si esto es así, no es de sorprenderse que el postmodernismo todavía acaricie algunos de los valores modernistas, aun cuando ha socavado las bases de esos valores.

Problemas prácticos. El postmodernismo también presenta algunos problemas prácticos. Aunque la mayoría de los postmodernistas cree que el lenguaje nos separa de la realidad, éste no es el único modo de comprender la experiencia humana. Allan Megill, un historiador que simpatiza con el postmodernismo, escribe: “Uno puede, si uno quiere, llamar a todo una ‘ilusión’, de la misma manera como uno puede llamar a todo un ‘discurso’ o ‘texto’. Pero esto no elimina la distinción entre, digamos, una interpretación de la experiencia de ser arrollado por un camión y la experiencia en sí misma —una distinción que cada lengua debe establecer de alguna forma, si quiere funcionar sobre algo diferente que un nivel puramente fantástico —”. En otras palabras, existe una conexión entre el lenguaje y la realidad externa que el postmodernismo no parece reconocer en forma suficiente. Por ejemplo, la historiadora feminista de la ciencia Evelyn Fox Keller, argumenta que la ciencia moderna debe entenderse como el producto de una jerarquía privilegiada masculina. No obstante, a ella le intriga el hecho de que este conocimiento influenciado por el género masculino haya alcanzado tantos logros. “Cualquiera que sea la corriente filosófica que aceptemos, permanece el hecho de que la visión particular de la ciencia que han elaborado hombres de ciencia como Bacon en el curso del tiempo, han más que cumplido las profecías de Bacon, y han producido una clase de poder que superó sus sueños más ambiciosos. Tal como la conocemos, la ciencia logra notables resultados”. Aun cuando Keller reconoce que existe una vaga conexión entre la ciencia y la realidad física, considera que es muy limitada y arguye que necesitamos “una mayor comprensión de lo que significa que la ciencia ‘funciona’, sobre todo, en qué funciona. Se necesita volver a examinar el significado de ese éxito”.

Otro problema práctico, probablemente el más importante que expone el postmodernismo, consiste en determinar si es posible una sociedad o una civilización viables sin ningún fundamento o valores. Uno de los filósofos postmodernistas más destacados de los Estados Unidos, Richard Rorty, sostiene que en un mundo en donde no existe ni tampoco puede existir la verdad, lo único que necesitamos es una mutua tolerancia. Pero, ¿tiene la mutua tolerancia la suficiente fuerza moral para preservar una sociedad desafiada interna y externamente por voces disidentes que presentan una visión diferente, posiblemente una basada en absolutos? ¿Es suficiente la tolerancia mutua para motivar las generaciones futuras a mantener una civilización, sin un fundamento más seguro que la mera preferencia?

Las preocupaciones del cristiano. Algunos cristianos han visto al postmodernismo con su interés en el “otro”, con su preocupación por una pluralidad de opciones y su rechazo contra la dominación de la razón y la ciencia, como una situación más favorable para el cristianismo que la presentada por el modernismo. Arthur J. DeJong, por ejemplo, afirma que el postmodernismo “enfatiza la apertura y la diversidad y vuelve a introducir la reverencia y el misterio. Si bien no exige transcendencia, la permite”.

Aunque este argumento es válido hasta cierto punto, también puede ser ingenuo. La razón por la cual el postmodernismo permite la reverencia, el misterio y la trascendencia, es porque no acepta explicación alguna como verdadera, o para decirlo de otra manera, considera que todas las explicaciones son igualmente veraces y válidas. El cristianismo puede participar del diálogo sólo si abandona todo discurso, sólo si abandona toda pretensión de verdad absoluta.

Como cristianos podemos estar de acuerdo con el postmodernismo y aprender mucho de él en su convicción de que nuestro conocimiento es limitado, de que la razón es una vía inadecuada hacia lo absoluto y que el lenguaje le da forma y traza los límites al pensamiento. Después de todo, Pablo afirma que “ahora vemos por espejo, oscuramente”. El hecho es que, como cristianos, creemos en absolutos revelados, mientras que los postmodernistas no lo admiten. Gene Edward Veith observa que “los modernistas argumentarían en diferentes formas que el cristianismo no es verdadero. Difícilmente se escucha este argumento hoy. Actualmente la crítica más común es la de que ‘los cristianos piensan que ellos tienen la única verdad’”. En contraste con la negación de la meta-narrativa del postmodernismo, los cristianos creen que la “petit-histoire”, usando la terminología de Lyotard acerca del nacimiento de Jesús, su crucifixión y resurrección, no solamente ocurrió, sino que es el elemento clave en la meta-narración de la historia cósmica —lo que los adventistas llaman “el gran conflicto”—. Es más, los cristianos afirman que nuestra relación personal con esta historia totalizadora determina nuestro destino eterno.

Arquitectura del siglo XX


Al final del siglo XIX, la incorporación de nuevos materiales y el desarrollo de nuevas técnicas, revolucionaron los modos tradicionales de construir.

 
Los cambios motivados por la revolución industrial se perfilan en Inglaterra, a partir de mediados del siglo XVIII, y van produciéndose, con retrasos mas o menos acusados, en los otros estados europeos: aumento de la población, incremento de la producción industrial y mecanización de los sistemas de producción. Los incrementos demográfico e industrial se influyen mutuamente de modo complejo. Los males derivan, ante todo, de la falta de coordinación entre el progreso científico-tecnico, dentro de cada sector, y la organización general de la sociedad; en particular de la ausencia de dispositivos administrativos capaces de controlar las consecuencias de los cambios económicos.

 
Progresos técnicos: Existe gran cantidad de información sobre las construcciones de gran envergadura, pero sin embargo, escasean datos suficientes para enjuiciar los cambios de la técnica constructiva en las edificaciones corrientes y viviendas que la revolución industrial va amontonando en torno a las ciudades.

 
Corrientemente se tiene la idea de que los métodos constructivos han permanecido invariables (en la historia urbanística de Lavedan: “podemos encontrar un numero considerable de progresos técnicos en el origen de las transformaciones industriales, pero ni uno, por asi decir, tiene que ver con las viviendas: en el siglo XIX, se construye como en el Medievo”) e incluso se tiene la idea, partiendo de las denuncias realizadas por lo higienistas y por los reformadores sociales del siglo XIX, de que la calidad de las viviendas ha empeorado como consecuencia de la prisa de las exigencias de la especulación. Probablemente, ambos tópicos sean ciertos.

 
El Movimiento Moderno en la historia de la arquitectura comprende un período situado entre las dos guerras mundiales, y su objetivo es la renovación del carácter, diseño y principios de la arquitectura, el urbanismo y el diseño. Los protagonistas fueron arquitectos que reflejaron en sus proyectos los nuevos criterios de funcionalidad y conceptos estéticos.

 
Un impulso decisivo para el movimiento estuvo a cargo del CIAM, promovido por Le Corbusier, y las conferencias internacionales, donde se desarrollaron muchas de las teorías y principios que luego se aplicaron en varias disciplinas. A estas pertenecen el movimiento De Stijl, la Bauhaus, el constructivismo y el racionalismo italiano. En 1936 se acuñó el término Estilo internacional en los EE.UU. y a menudo se llama así a todo el movimiento.

 
Aunque los orígenes de este movimiento pueden buscarse a finales del siglo XIX, con figuras como Peter Behrens. Sus mejores ejemplos se construyen a partir de la década de 1920, diseñados por arquitectos como Walter Gropius, Mies van der Rohe y Le Corbusier.

 
La llegada de Hitler  en 1933 y el cierre de la Bauhaus provocó la salida del país de numerosos arquitectos y creadores que habrían de difundir los principios de este movimiento a otros países.

En Estados Unidos comenzó a generalizarse la denominación International Style tras la exposición de Arquitectura Moderna celebrada en 1932 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, con motivo de la cual Henry-Russell Hitchcock y Philip Johnson escribieron el libro International Style: Architecture since 1922.

Supuso una ruptura con la arquitectura anterior, creando un nuevo lenguaje arquitectónico, siendo la Bauhaus la impulsora de este movimiento. Propone indicaciones en cuanto al método a seguir, siendo una nueva forma de hacer arquitectura.

 
El Racionalismo arquitectónico surge tras la Primera Guerra Mundial como respuesta a la necesidad social y a los cambios políticos que acaecían en Europa. Promueve una estandarización de la vivienda con el objetivo de lograr un mayor bienestar social. También sus inicios se encuentran en la Bauhaus.

 
El Estilo Internacional está asociado a las formas arquitectónicas, con supuestos principios modernos y universales, pero desvinculado de contenido social. Surge en un mundo que se universalizaba, donde la arquitectura no poseía características de ningún lugar y, por tanto, era transferible a cualquier zona del mundo Arquitectura moderna es un término muy amplio que designa el conjunto de corrientes de arquitectura que se han desarrollado a lo largo del siglo XX en todo el mundo.

 
Esta verdadera revolución en el campo de la arquitectura y el mundo del arte, tuvo su germen en la Escuela de la Bauhaus  y su principal desarrollo en el  Movimiento Moderno vinculado al Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (1928-1959), no sin diferencias, marcadas por las dos principales tendencias: el funcionalismo racionalista y el organicista (racionalismo arquitectónico y organicismo arquitectónico)

 
Ese concepto de arquitectura moderna o arquitectura contemporánea entendida como algo  estilistico y no cronologico, se caracterizó por la simplificación de las formas , la ausencia de ornamento  y la renuncia consciente a la composicion academica clasica , que fue sustituida por una estetica con referencias a la distintas tendencias del denominado arte moderno (cubismo, expresionismo, neoplasticismo, futurismo, etc.)

 
Pero fue, sobre todo, el uso de los nuevos materiales como el acero y el concreto armado , así como la aplicación de las tecnologias  asociadas, el hecho determinante que cambió para siempre la manera de proyectar y construir los edificios o los espacios para la vida y la actividad humana.

 
En la segunda mitad del siglo XX se fueron produciendo tanto nuevos desarrollos del movimiento moderno en sus múltiples posibilidades, como alternativas críticas. En las últimas décadas del siglo se produjo un radical cuestionamiento del concepto mismo de la modernidad  a través de su deconstruccion, y que en arquitectura fue interpretado a través de los movimientos denominados deconstructivismo y arquitectura postmoderna, que no son ni mucho menos las únicas posibilidades expresivas de un periodo, que llega hasta el siglo XXI, caracterizado por la abundancia y variedad de obras, estilos y creadores.

 

Precedentes: la arquitectura del siglo XIX

Propíleos de la Konigsplatz de Munich. Leo von Klenze, 1862. Arquitectura historicista neoclásica. La impresionante plaza, que también acoge la Gliptoteca de Munich, fue diseñada por Karl von Fischer como espacio público y de presencia política de la monarquia barvara; y su capacidad escénica fue aprovechada en los años treinta y cuarenta del siglo XX por el nazismo.

 
Home Insurance Building, Wiliam Le Baron Jenney, Chicago, 1885. La reconstrucción de la ciudad tras el incendio de 1871 permitió diseñar con libertad edificios como éste: de 42 metros de altura gracias al uso estructural del acero, es el precedente de los rascacielos, aunque tan sólo contaba con diez pisos. El incremento de las dimensiones de los edificios de oficinas o viviendas hubiera sido del todo inútil sin las innovaciones simultáneas de la era de la electricidad que posibilitaron los rápidos desplazamientos de masas que caracterizan la vida urbana contemporánea.

 

Arquitecturas pioneras del primer cuarto del siglo XX

La indiscutible centralidad de Paris como centro mundial del arte durante la llamada belle époque, se ve emulada en el cambio de siglo con el surgimiento de activos núcleos por toda Europa (Viena, Bruselas, Barcelona, Milán, Riga, etc.) que son particularmente productivos en arquitectura.


 

La Primera Guerra Mundial: neoplasticismo y expresionismo


El año 1917, mientras la Primera Guerra Mundial está en su apogeo y se desencadena la Revolucion rusa, en la neutral Holanda aparece el neoplasticismo de De Stijl , grupo de artistas que incluía, junto a pintores, diseñadores y ceramistas, a los arquitectos Jacobus Johannes Pieter Oud y Theo van Doesburg.

La arquitectura expresionista, que puede rastrearse desde la primera década del siglo, se desarrolló en la Europa Central hasta los años treinta, con la holandesa Escuela de Amsterdam (Michel de Klerk, Johann Melchior) y un buen número de grupos alemanes (Deutscer Werkbund -Múnich, 1907, o Der Ring -Berlín, 1923-) que contaron con arquitectos como Bruno Taut y Erich Mendelson. El movimiento Neues Bauen, vertiente arquitectónica de la nueva objetividad significó una reacción de los propios miembros del movimiento expresionista hacia un enfoque más racional y práctico.

 
Periodo de entreguerras, totalitarismos e impacto de las vanguardias: "Art decó"

El periodo de entreguerras (1918-1939) es el de los locos años veinte y la depresion de los años treinta, que presencia el surgimiento de los totalitarismos facista y sovietico como alternativas al liberalismo de las democracias capitalistas, tildadas de decadentes.

 Los programas arquitectónicos de la Italia facista, de la Alemania Nazi y de la Union Sovietica, como sus propuestas estéticas, van de un inicial vanguardismo (constructivismo ruso) a una repetición de modelos historicistas de ocupación de los espacios públicos compatible con un estilo de fácil consumo popular que simultáneamente se impone para las artes plásticas (realismo socialista, realismo heroico), aunque en fechas tan tardías como 1938 la arquitectura italiana desarrolló programas tan vanguardistas como la EUR (exposición universal que no llegó a celebrarse, prevista para 1942, y que planificaron arquitectónicamente Marcelo Piacentini y Giuseppe Pagano, coordinando criterios estéticos opuestos).

No obstante, fue en la democracia socialmente avanzada de la Alemania de Weimar previa al ascenso del nazismo donde se produjeron los acontecimientos más importantes para el surgimiento de una arquitectura moderna en el sentido de estética y funcionalmente renovadora: los trabajos de la escuela de la Bauhaus (Walter Gropius, 1919-1933). La Francia republicana vio surgir el taller de Le Corbusier, de influencia comparable.

 
No sería posible identificar sin más al funcionalismo racionalista con la arquitectura moderna, en el sentido de única posible alternativa de innovación; porque, además de no monopolizar la creación arquitectónica, tampoco sus partidarios se limitaron creativamente. Las alternativas desarrolladas incluyeron destacadamente la arquitectura organica de autores como Frank Lloyd Wright(uno de los líderes del movimiento moderno que se movía dentro de los parámetros del funcionalismo), así como versiones más neoclásicas o monumentalistas, como la del neoempirismo nórdico (los suecos Erik Gunnar Asplund, Sune Lindstrom y Sven Markelius.

 

Características rupturistas de la "Arquitectura Moderna" hacia 1929

Las características de la Arquitectura Moderna fueron descritas por el arquitecto Bruno Taut en su libro «Die neue Baukunst in Europa und Amerika» («La nueva arquitectura de Europa y América»), Stutgart, 1929 , con los siguientes enunciados:

La primera exigencia de cada edificio es alcanzar la mejor utilidad posible.

Los materiales y el sistema constructivo empleados deben estar completamente subordinados a esta exigencia primaria.

La bellezaconsiste en la relación directa entre edificio y finalidad, en el uso racional de los materiales y en la elegancia del sistema constructivo.

La estética de la nueva arquitectura no reconoce ninguna diferencia entre fachada y planta , entre calle o patio,  entre delante o detrás. Ningún detalle vale por sí mismo, sino como parte necesaria del conjunto. No creemos que algo tenga un aspecto feo y, a pesar de todo, funcione bien. Lo que funciona bien, es bello.

De la misma forma que las partes, en sus relaciones recíprocas expresan la unidad del edificio, también la casa se relaciona con los edificios que la rodean. La casa es el producto de una disposición colectiva y social. La repeticion  no debe considerarse como un inconveniente que hay que evitar, sino que, al contrario, constituye el medio más importante de expresion artistica . A exigencias uniformes, edificios uniformes. La singularidad queda reservada para las exigencias singulares; es decir, sobre todo para los edificios de importancia general y social.

 

Precedentes de la Arquitectura Moderna

La Arquitectura Moderna es un concepto propio de la critica y de la historiografiaque tiene un significado histórico y conceptual más amplio que los periodos de la arquitectura racionalista o de la arquitectura organica, ya que comprende todas las corrientes, movimientos y tendencias que desde mediados del siglo XIX tienden a la renovación de las características, de los propósitos y de los principios de la arquitectura.

La Arquitectura Moderna surge a partir de los cambios técnicos, sociales y culturales vinculados a la revolucion industrial.  Los teóricos del Movimiento Moderno buscan las raíces históricas de la Arquitectura Moderna en un amplio preludio, una etapa a caballo de los siglos XVIII y XIX en la cual diferentes sectores culturales o de la actividad economica y de la vida politica y social empiezan a vislumbrar y a definir las consecuencias constructivas y urbanisticas de la revolución industrial. En el transcurso del siglo XIX, una serie de innovaciones y propuestas en diversos campos relacionados, entre otros con la construcción, la administración pública y la industria confluyen en la exigencia de su mutua integración.

 

Inglaterra: Arts and Crafts

Parte importante de las bases de la Arquitectura Moderna nacen en el último tercio del siglo XIX en Inglaterra, cuando Wiliam Morris, Inglaterra, influenciado por John Ruskin, impulsa el movimiento  artes y oficios como reacción contra el mal gusto imperante en los objetos producidos en masa por la industria, propugnando un retorno a las artes artesanales, también llamadas menores, y al medievalismo gotico en la arquitectura.

En paralelo, las teorías higienistas junto a los movimientos del socialismo utopico sientan las bases del urbanismo moderno.

 Con el cambio de siglo, un nuevo estilo en la arquitectura y el diseño, contrapuesto al academicismo imperante aunque nunca llegó a imponerse a él, se difundió por Europa, recibiendo diferentes denominaciones: Art Nouveau en Francia y Bélgica, Jugendstil en Alemania, Sezession en Austria, Estilo Liberty o Floreale en Italia, Modernismo en España, etc.

El Art Nouveau rompe los esquemas académicos e impone el uso del hierro en la arquitectura. Hasta entonces, el hierro era un material asociado a las construcciones de los ingenieros que triunfaron en la Exposicion Universal de Paris de 1889 con la Torre Eifel y la Galería de las Máquinas. El Art Nouveau curva y entrelaza el hierro, en delgadas cintas, que forman toda clase de formas y figuraciones y lo pone en los salones de las casas y en las fachadas de los edificios como la Maison du Peuple de Bruselas (Victor Horta)

En España destacó el desarrollo de un activo núcleo en Barcelona (modernismo catalan, noucentisme), del que surgió la figura de Antoni Gaudi, que evolucionó hacia unas propuestas personales de difícil clasificación; y un proyecto urbanístico muy ambicioso en Madrid: la Ciudad lineal de Arturo Soria.

La historia de la arquitectura moderna registra la transición de algunos arquitectos representativos del Art Nouveau (Henry va de Velde) o de la Seccession vienesa (Josef Hoffmann) hacia posiciones próximas a las del arquitecto austriaco Adolf Loos,  en lo que puede considerarse el inicio de una nueva etapa más rupturistamente moderna.

 

Canonización del Movimiento Moderno

Movimiento moderno, en arquitectura, es el conjunto de tendencias surgidas en las primeras décadas del siglo XX, marcando una ruptura con la tradicional configuración de espacios, formas compositivas y estéticas. Sus ideas superaron el ámbito arquitectónico influyendo en el mundo del arte y del diseño.

El movimiento moderno aprovechó las posibilidades de los nuevos materiales industriales como el hormigon armado, el acero laminado y el vidrio plano en grandes dimensiones.

Se caracterizó por plantas y secciones ortogonales, generalmente asimétricas, ausencia de decoración en las fachadas y grandes ventanales horizontales conformados por perfiles de acero.

 
1932: El "Estilo Internacional"

La denominación International Style comenzó a generalizarse en Estados Unidos tras la exposición de arquitectura moderna celebrada en 1932 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, con motivo de la cual Henry-Russell Hitchcock y Philip Johnson escribieron el libro International Style: Architecture since 1922.

Pese a que tras la Segunda Guerra Mundial hubo aún importantes construcciones dentro de este estilo, las últimas décadas del siglo XX han estado dominadas por otros movimientos críticos, herederos en cualquier caso del movimiento moderno.

 
Mediados del siglo XX: Reconstrucción de Europa

El Movimiento Moderno continuó desarrollándose en Europa durante la segunda posguerra, impulsado por las tareas de reconstrucción. En el plano teórico, las aportaciones de la llamada arquitectura orgánica, una tendencia inspirada en la obra del arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright, con Alvar Aalto y Arne Jacobsen como representantes destacados, se contraponían al llamado «Estilo Internacional» inspirado en la obra de Le Corbusier, que postulaba una ortodoxia «funcionalista» plasmada en la «Carta de Atenas» así como la pureza absoluta de la composición y los detalles, inspirada a su vez en la obra de Mies. Esto constituye una síntesis teórica del «Estilo Internacional», el cual tuvo muy amplia difusión en los Estados Unidos, Europa y Sudamérica.

El Movimiento Moderno entró en crisis a finales de los años 50 del siglo XX, cuando se formularon una serie de críticas muy severas a los excesos del «estilo Internacional» y al urbanismo derivado de la «Carta de Atenas». Un conjunto de tendencias que se reivindican a sí mismas como continuadoras del Movimiento Moderno, protagonizan la arquitectura desde los años 1960 hasta la actualidad.

 
Principales transformaciones de la arquitectura Moderna a Posmoderna

La reflexión parte de dividir la historia del siglo XX en dos, el gran suceso de la 'modernidad' y lo que se conoce como 'la posmodernidad'. Estos dos periodos, visiones o posturas sobre el mundo, se produjeron por una serie de transformaciones en el mundo industrializado, que posteriormente se reflejo en los países en vía de industrializarse.

La inestabilidad, producto de los continuos cambios en las estructuras de la sociedad, desde la estructura económica, en la política y en lo socio-cultural, son características de nuestra arquitectura local.

La transformación de la estructura cultural es uno de los sucesos de mayor trascendencia para la arquitectura contemporánea local

Sociedades culturalmente dependientes, como Latinoamérica, impulsadas por un desarrollo obligado de las grandes naciones industrializadas (finales del siglo XIX) y prácticamente dependientes de los dictámenes de estas culturas ‘superiores’, la eurocéntrica y norteamericana, conciben historias ocultas que definen su panorama ideológico incapaces de construir sus propias historias configuran uno de los retos más complejos: el equilibrio entre lo local y lo global

La crítica y calidad de la arquitectura vernácula latinoamericana entro en declive y la balanza entre la tradición e innovación cayó a favor de lo global.

Todas estas transformaciones supusieron también el cambio de las miradas de la realidad y el gusto estético.

El fin de la Segunda Guerra Mundial con sus funestas consecuencias, significo para el mundo contemporáneo, no solo el fin de una época, sino la construcción de un nuevo proyecto social en contra de ese modernismo actual que se había caracterizado por la simplificación de las formas, la ausencia de ornamento y la renuncia consciente a la composición académica clásica.

El lenguaje como conector estético principal de la nueva propuesta, permite la reelaboración de la realidad

Un lenguaje exageradamente expresivo se convierte en el campo de exploración de la realidad y en una guía de producción creativa, asumidas por las demás disciplinas para regir sus intereses de estudio.

Los paradigmas actuales de la época que modelan las tendencias estéticas consideran las historias locales y la masificación de los medios de comunicación, la conformación de nuevas conductas colectivas, la imagen como principal referente de comunicabilidad, la transformación del modo de habitar y usar los espacios públicos y los nuevos sentidos de belleza.
Estas transformaciones se pueden sintetizar principalmente en tres planteamientos:
De la estética funcionalista de la modernidad, a una estética subjetivista de la posmodernidad.

De una estética abstraccionista como recurso racional, por una estética figurativista que valora lo particular.

De una estética higienista como construcción homogénea y definitoria del orden, por una que valora el caos.

lunes, 3 de junio de 2013

Crisis de la modernidad

La modernidad entra en crisis cuando la racionalización pasa de ser un principio crítico ordenador del espíritu científico y libertador de las ataduras de los dogmas de lo tradicional, a un principio legitimador de la explotación, al servicio del lucro e indiferente a las realidades sociales, sicológicas y fisiológicas (TOURAINE, 1994). La racionalidad práctica se reduce a la racionalidad instrumental, el hombre se unidimensionaliza, generando conflictos entre las exigencias sociales y el desarrollo tecnológico (BARREIRO, 2005).

Ahora es imposible volver atrás, la perspectiva ya cambió. En el mundo ya no existen lugares pre-modernos, solo hay reservorios de recursos (TOURAINE, 1994). La diversidad es probabilidad. Pero el agotamiento del concepto de modernidad es innegable, ya que el movimiento contagia su vértigo a la profundidad del Ser. Un Ser cuya profundidad es tan grande como se lo permite la propia justificación del fin.

Este agotamiento del movimiento libertador inicial y la pérdida de sentido de una cultura presa en la razón instrumental, conducen a una tercer etapa de la crisis de la modernidad, la cual es retrospectiva y profunda, en donde se critican los propios objetivos de la modernidad, de su moral controladora y represora, a través de instituciones y prácticas (punitivas, discursivas, etc) veiculizadoras del poder (TOURAINE, 1994).

La fragmentación de la modernidad genera una (no)sociedad en la cual la personalidad, la cultura, la economía y la política parecen seguir caminos diferentes. La esfera del cambio y la del Ser, presentes en la modernidad, significaban al mismo tiempo nacionalidad e individualismo. La distancia crece entre los continuos cambios de la producción y el consumo, y el reconocimiento de una personalidad individual que al mismo tiempo es sexualidad e identidad cultural. También ocurre una separación entre el orden de lo individual y el de lo colectivo, ubicándose en el primero la sexualidad y el consumo, y en el segundo la nación y la empresa (TOURAINE, 1994).

Estos fragmentos (sexualidad, consumo, nacionalismo y empresa) marcan la fuerza centrífuga de la expansión de la modernidad, pero dada su naturaleza autofágica, son también las líneas de fuerza centrípetas antimodernas. Es decir, son la razón de la expansión de la modernidad pero a su vez las causas de su crisis. La dirección modernizadora está aliada a la razón instrumental, mientras que la antimoderna al ataque a la técnica (TOURAINE, 1994).

ARQUEOLOGÍA: UN ORIGEN MODERNO Y UNA REFLEXIVIDAD POSMODERNA.

A partir del siglo XIX la ciencia estaba totalmente refugiada en la experiencia, en lo fáctico, lo observable, lo cuantificable, en oposición a lo metafísico y lo especulativo. El espíritu científico consistía en la búsqueda de leyes naturales cuya base empírica debía carecer de juicios valorativos (GALVICH, et al., 1997).

El conocimiento científico era concebido como conocimiento probado. Las teorías científicas se derivan de los conocimientos adquiridos mediante la observación, de modo que debemos describir aquello que podemos ver, oír, tocar, etc. (CHALMERS, 1988).

Se sobrentiende la existencia de un mundo real que puede ser conocido, y cuyos componentes empíricamente observables presentan cierto orden. Estos fenómenos empíricos pueden ser explicados y predichos por leyes generales (WATSON, et al., 1974).

A finales del siglo XIX y comienzos del XX nuevas disciplinas querían hacerse su lugar en el prestigioso mundo de la Ciencia. Las ciencias duras comenzaban a desmonopolizar la producción de conocimiento científico y aparecen otras disciplinas que pretenden acotar académicamente diversos espacios similares de lo social (LLOBERA , 1990).

La sociología es una de ellas, e intenta abrirse paso en la ciencia, de la mano de Durkheim, quien se ingenia un imperialismo sociológico en el que la sociología, anexionando conocimientos y teorías positivas, y concediendo patente de cientificidad metodológica y teórica, abarcaba todo el campo de las ciencias sociales y humanas, siendo la historia y la etnografía disciplinas auxiliares que proporcionan datos brutos a la sociología (LLOBERA , 1990).

La antropología no tenía un lugar claro como disciplina científica independiente, hasta que Malinowski (1922) promueve una antropología empírica que tiene como objetivo dar cuenta de una realidad que debe ser comprendida con un exhaustivo trabajo de observación en el campo (MALINOWSKI, 1986). Asigna a la antropología la tarea de conocer científicamente al hombre, partiendo de la observación y conduciendo a la observación. La Antropología debe ser inductiva y verificable por la experiencia. Debe tender hacia métodos de verdadera identificación o al aislamiento de factores determinantes del proceso, estableciendo leyes generales y de conceptos que tales leyes incorporan (MALINOWSKI, 1978).

Los trabajos de Malinowski tuvieron gran influencia en el pensamiento antropológico y arqueológico subsiguiente. La concepción instrumental de la cultura para satisfacer las necesidades humanas (MALINOWSKI, 1975), resultó muy complaciente para instalarse en el marco positivista.

Dentro de este panorama, comienza a afianzarse la arqueología como disciplina científica. Se aparta de sus comienzos espirituales y románticos, en base a una separación fundamental entre cosa y signo, entre naturaleza y cultura. La cultura comienza a ser concebida y analizada en términos adaptativos, como un medio extrasomático de adaptación. Esta concepción ecofuncional de la cultura, que probablemente le deba algo al marxismo y al concepto durkhemiano de cultura, se afianza en el pensamiento arqueológico de la época gracias a los trabajos de Leslie White (1949) y Julian Steward (1955) (HARRIS, 1999).

Luego, ya entrados los años 70`, de la mano de Binford (1962) surge la Nueva arqueología o Procesualista, como un proyecto unitario que se propone descifrar una verdad única sobre el pasado, mediante la generación de leyes que permiten explicar el comportamiento humano (THOMAS, 2000).

Este cientificismo en arqueología, trajo aparejados cambios positivos en las metodologías y técnicas de trabajo, basándose en el método hipotético deductivo, y dándole mucha importancia a la inferencia analógica. Desaparece la retórica y la Academia comienza a ser un aparato represivo afanoso de depurar el lenguaje científico y de mantener el conocimiento entre el establishment. Los trabajos arqueológicos desvisten una realidad cognoscible, autoevidente, que aparece gracias a una metodología rigurosa exenta de valoraciones. Las cosas hablan por sí solas, sin ningún intermediario. La cerámica, los instrumentos líticos, las cosas: sugieren, indican, señalan.

La falacia objetivista que estaba subyacente a esta propuesta arqueológica se sustentaba en el paradigma positivista pilar de la Modernidad. La arqueología como disciplina es producto de la Modernidad, estando los temas de estudio más populares vinculados al progreso humano: origen de la agricultura, origen del Estado, etc. (THOMAS, 2000).

La crisis de la Modernidad tuvo consecuencias desestructurantes en la vida social. A la pérdida de control del Estado se le debe sumar la revolución en las comunicaciones, que tiran abajo las fronteras y que bombardean el mundo con sonidos e imágenes caóticos. Se crea entonces una realidad virtual en la cual las experiencias humanas no tienen profundidad, son irreales. La globalización y el derrumbe de las fronteras, generan un cambio profundo en la percepción del tiempo y del espacio (THOMAS, 2000).

Llegamos a un momento que tiene distintas acepciones según desde donde se lo mire. Desde el punto de vista económico nos hallamos en sociedades de capitalismo avanzado, sociedades postindutriales (BELL, 1976), o sociedades de consumo. Según las políticas de los gobiernos nos encontramos en la sociedad del bienestar; de acuerdo con el mundo de la cultura, este es el momento de la posmodernidad (GONZÁLEZ MÉNDEZ, 2000).

La antropología y la arqueología no son ajenas a estos cambios. Gracias a la influencia de la Hermenéutica, la antropología comienza a mirar un poco más hacia su interior, centrándose en la producción del conocimiento antropológico. Se comienza a criticar el dogma de la Inmaculada Percepción, en el cual se basa la epistemología empiricista que concibe las divisiones científicas como divisiones reales de lo real (BOURDIEU; PASSERON, 2001).

La antropología lentamente despierta del letargo objetivista y comienza a darse cuenta de que por más que se intente marcar distancia con el objeto de estudio, escribiendo en tercera persona o insinuando verosimilitud mediante detalles minuciosos, siempre está presente el intérprete (antropólogo) el cual es parte de una intrincada red de producción, circulación y apropiación de conocimiento científico (GARCÍA CANCLINI, 1991a).

El descubrimiento de que la producción de conocimiento antropológico estaba mediado por un intérprete ideológicamente constituido e inmerso en una red de poder, comenzó a hacer temblar la estructura del aparato positivista reinante hasta el momento. Pero estos planteos tuvieron importantes consecuencias en cuanto a la incertidumbre de si realmente se podía producir conocimiento científico en esas “nuevas condiciones”. Surgen entonces preguntas del tipo ¿existe una racionalidad única? ¿Es posible conocer otras racionalidades desde nuestra racionalidad occidental? (OVERING, 1985).

Este cambio paradigmático también se vio reflejado en la arqueología, con el advenimiento de la arqueología post(procesualista). Es difícil definir la arqueología postprocesual o interpretativa ya que a diferencia de la Nueva Arqueología, no es un proyecto unitario (THOMAS, 2000; HODDER, 1994).

Quizá lo único en común que tengan todas estas propuestas es que surgen como crítica a la Nueva Arqueología, la cual es concebida por esta corriente crítica como una metodología carente de teoría.

El cambio más profundo subyacente a esta revolución en arqueología, es el epistemológico. Se admite que existen algunas cosas que no podrán saberse nunca en arqueología y en este sentido se tiran abajo todo tipo de generalizaciones. También cae la idea de un pasado único e incluso de la existencia de una realidad objetiva que existe independientemente al hombre (THOMAS, 2000; HODDER, 1994).

Entonces, si no existe una realidad única, si no existe un pasado único, si no existe un método único, si no existe una epistemología única: ¿qué nos queda por hacer? (CHALMERS, 1988; THOMAS, 2000).

Este es el principal problema de la arqueología postprocesual. A diferencia de la Nueva Arqueología que contaba con un método y una epistemología claras (o era una metodología, al decir del postprocesualismo), la arqueología postprocesual, tiene teoría pero no tiene ni un método definido ni una epistemología clara.

Para intentar solucionar este relativismo, la epistemología postpositiva que ensaya la arqueología postprocesual, se centra en alentar el debate entre formas de producción de conocimiento inteligibles. La veracidad o falsabilidad en términos popperianos no tiene por qué ser la única forma de establecer la competencia entre discursos sobre el pasado. Pero lo cierto es que esta arqueología postprocesual tiene más preguntas que respuestas (THOMAS, 2000).

A nivel teorético el cambio más importante giró en torno al concepto de interpretación en arqueología. La cultura material es concebida de manera significativa. Se le da gran importancia a la dimensión simbólica de la cultura material, la cual debe ser tenida en cuenta en todo trabajo arqueológico, como producto de una interpretación que debe realizarse mediante un análisis contextual del objeto de estudio (HODDER, 1994).

Es así como (re)aparece el sujeto, escondido tras las cuantificaciones interminables de la Nueva arqueología. La aparición del sujeto cognoscible modifica el objeto de estudio de la arqueología, ya que la cultura material deja de concebirse como un reflejo directo del comportamiento humano. Ahora se trata de objetos que tienen vida en un contexto social por alguna razón y que a su vez no existen pasivamente en la esfera de los objetos (vs. esfera de lo social) sino que son transformadores del comportamiento humano (HODDER, 1994).

Esta importancia adjudicada al sujeto, es consecuencia de las duras críticas que se le realizaron al estructuralismo, el cual, si bien transitó caminos distintos al pocesualismo, también se empeñó en eliminar al sujeto. Gracias a la concepción durkhemiana de los hechos sociales como representaciones colectivas, y al descubrimiento de Mauss de que tras los hechos sociales objetivos existen estructuras internas ocultas, Lévi Strauss establece y articula claramente el concepto de estructura en antropología (HARRIS, 1999).

Según él, la estructura es una especie de codificación isomórfica con una realidad subyacente en el inconsciente. La estructura es una propiedad de lo real, es la organización lógica concebida como propiedad de lo real. Así, el estructuralismo no opone lo concreto a lo abstracto, la forma se define por oposición a un contenido material (TANI, 2000). La antropología no se separa de los realia, para ella todo es signo y símbolo que se afirma como intermediario entre dos objetos (LÉVI-STRAUSS, 1997).

Como vemos, si bien el estructuralismo se aparta del procesualismo, ya que no opone lo concreto a lo abstracto, también busca regularidades (aunque si bien son subyacentes) que pueden ser predecibles y que van más allá del sujeto, siendo éstos simples epifenómenos de la estructura.

El planteo de Bourdieu, influenciado por Max Weber, intenta introducir al sujeto en el análisis antropológico más allá de normas, reglas, determinismos y constreñimientos (BOURDIEU, 1997). La postulación de la Teoría de la Acción Social se basa en este planteo del sujeto activo, que modifica la realidad estructurada pero que a su vez ésta lo modifica a él.

Este resurgir del sujeto en antropología abre los ojos a la arqueología sobre la existencia del individuo como objeto. El identificar al otro en el registro arqueológico hace posible el reconocimiento de otro pasado, dando lugar al estudio de la diferencia y la alteridad.

Pero también aparece el sujeto cognoscente, tal como ocurrió en antropología. En este sentido los temas de estudio giran en torno a la producción de conocimiento arqueológico y su condicionamiento político e ideológico. Este tema es abordado desde la producción y desde la utilización del conocimiento; se comienza a poner en tela de juicio el lugar de enunciación en el cual se ubica el arqueólogo (TRIGGER, 1989).

El concepto de ideología que generalmente se maneja en la arqueología postprocesual, es una adaptación del concepto original de Marx y Engels. La acepción más manejada es la postulada por Althusser (1971), mediante la cual la vida social es concebida como una gran cadena de trabajo en la cual cada persona tiene su lugar y es éste el que determina la identidad de cada uno. El Estado tiene diversas Instituciones destinadas a mantener a cada uno en su lugar, gracias a la idea moderna de que todos somos seres racionales y librepensantes. Esto tiene dos consecuencias en arqueología: es un disciplina que puede mantener esas relaciones promovidas por el Estado pero también puede ser una herramienta de liberación, porque produce conocimiento capaz de sacar a las personas de su alienación (THOMAS, 2000).

Todos estos planteos de la arqueología post, fueron gestados en el primer mundo, básicamente en el Reino Unido. Pero en el contexto latinoamericano, la perspectiva es muy diferente, ya que el lugar de enunciación se ubica en un marco de subdesarrollo y dependencia, generalmente denominado neocolonial. Aquí, los temas de trabajo más prolíferos han sido los vinculados a la ideología y a la construcción de identidades. Tomando conceptos marxistas, la arqueología Social analiza estos temas centrando su análisis en el rol de la arqueología en el contexto actual de la dominación (BENAVIDEZ, 2001).

Esta arqueología se propone un rol activo en el empowerment de los sectores oprimidos, rompiendo la dicotomía investigación-acción (BENAVIDEZ, 2001), tema ampliamente discutido en la antropología latinoamericana (Antropología del Desarrollo Vs. Antropología para el Desarrollo) (ESCOBAR, 1997).

Como vimos, el campo de la teoría arqueológica ha transitado por diferentes caminos, vertebrando sus estructuras en conceptos clave, que darían lugar a una arqueología de la Forma, arqueología de la Función y arqueología del Sentido (AMADO, 2002).

Después de la revolución postprocesual de los `80, los cambios que ha experimentado la arqueología no han sido consecuencia del “progreso” de la teoría Arqueológica, sino de la crítica de aspectos epistemológicos (THOMAS, 2000) y ontológicos, resignificando conceptos antes vinculados a la arqueología, ahora orientadores y estructurantes de ésta (AMADO, 2002).

El concepto de Patrimonio Cultural (PC) y concretamente el de Patrimonio Arqueológico (PAq), es el orientador de esta última revolución de la arqueología, la cual ha tenido como consecuencia la ampliación y fragmentación de nuestra disciplina en cuatro sectores: Arqueología Académica o Universitaria, Arqueología Divulgativa o Museográfica, Arqueología Pública, y Arqueología Comercial o Contractual (CRIADO, 1996).

Las Arqueologías Académica y Divulgativa se ubicarían dentro de lo que es la Arqueología Tradicional, variando según su función y dependencia. La primera se centra en la investigación desde la academia, mientras que la segunda se centra en la difusión bajo la órbita de los museos (CRIADO, 1996).

Con el nombre Arqueología Pública se designa a la actividad arqueológica que se realiza desde la administración y su objetivo es administrar el patrimonio arqueológico y funcionar como bisagra con el Estado. La Arqueología Comercial consiste en aquel tipo de actividad arqueológica que se realiza bajo contrato, en la cual se está brindando un servicio, generalmente vinculada a trabajos de evaluación de impacto y/o rescate arqueológico (CRIADO, 1996).

Se suele hablar solamente de Arqueología de Gestión (Arqueología Pública y Contractual) contrapuesta a la Arqueología de Investigación (Arqueología Académica y Divulgativa). Decimos contrapuesta ya que generalmente la relación entre ambas es muy áspera, con virulentas críticas de una hacia la otra (CRIADO, 1996).

Esto ha repercutido en una polarización de la actividad arqueológica en la cual el diálogo positivo se torna cada vez más difícil. Como consecuencia tenemos la falta grave de una teoría de la gestión del patrimonio arqueológico aceptada por ambos polos. Sin embargo es innegable que la tríada evolutiva de la teoría arqueológica, forma-función-sentido, debe completarse hoy con el concepto de gestión (AMADO, 2002)