Nietzsche
aborda la ética desde diferentes perspectivas. En términos de hoy en
día, podemos decir que sus obras tocan los ámbitos de la metaética, la ética normativa, y la ética descriptiva.
En lo
referente a la metaética, Nietzsche puede ser clasificado quizá como un
escéptico moral. Esto es en la medida en que afirma que todas las sentencias
éticas son falsas, porque cualquier tipo de correspondencia entre sentencias
morales y hechos es ilusoria y mendaz. Esta afirmación forma parte de aquella
otra más general según la cual no existe una verdad universal, pues ninguna
corresponde a la realidad más que de una forma aparente. En realidad, las
afirmaciones éticas, como todas las afirmaciones, son meras interpretaciones
como mínimo siempre parciales sobrepuestas a la realidad, fundamentalmente
ininterpretable.
Dios está
muerto! ¡He aquí les presento al superhombre! Así declaró Nietzsche, el
filósofo alemán del siglo XIX, cuando sentó las bases del postmodernismo.
¿Qué es el postmodernismo? Antes de tratar de definirlo,
conviene que primero entendamos el modernismo. En forma breve, el modernismo
fue un movimiento que enfatizó la razón y que se expresó de forma más completa
mediante la ciencia. Comenzando con filósofos como Locke, Kant y Hegel, el
modernismo aspiraba a entender el mundo por medio de la razón. Algunos
científicos, como Bacon y Newton, consideraron que la realidad física operaba
sobre las bases de las leyes naturales y forjaron una ciencia moderna empírica
por su metodología y racional por su interpretación. El siglo XVIII, el Siglo
de las Luces o de la Ilustración, procuraba aplicar la razón y la ciencia a
toda realidad, un intento al cual los postmodernistas se refirieron en forma
peyorativa como “El Proyecto del Iluminismo”. El siglo XIX fue testigo de los
esfuerzos de Henry Buckle, August Comte y Karl Marx, de convertir el estudio de
la sociedad humana, pasada y presente, en disciplinas que descubrirían leyes
similares a las del mundo natural. El siglo XX enfatizó la aplicación de la
metodología científica a las disciplinas académicas, y en ese proceso el
modernismo generó la degradación del medio ambiente, el totalitarismo en nombre
de la ciencia, guerras globales empleando la más avanzada tecnología y la
destrucción atómica.
Contrariamente
a lo que se esperaba, la razón y la ciencia no condujeron a ninguna utopía y no
es de extrañar que surgieran reacciones en contra del modernismo. Una de esas
reacciones es el postmodernismo.
Nietzsche:
la realidad es lo que uno crea. A
Nietzsche se lo considera a menudo el padre o el antecesor del postmodernismo.
Al declarar que Dios está muerto, Nietzsche enfatizó que ya no había una base
fundamental para las cosas, que no había un cimiento sobre el cual basar las
creencias propias. Como consecuencia, el ser humano tiene la oportunidad y la
responsabilidad de crear su propio mundo. Pero hay un problema, pues Nietzsche
afirmó que el conocimiento de las cosas como se dan es en realidad imposible.
Lo que nosotros aceptamos como conocimiento es una creación humana, una ilusión
o una construcción artística. El lenguaje por medio del cual expresamos nuestro
conocimiento es un mundo autónomo, completamente separado de la realidad
exterior y totalmente arbitrario en su formación. Por lo tanto, lo que nosotros
llamamos verdad es una invención humana.
Heidegger:
la realidad es ser. Otra figura
importante que influenció sobre el postmodernismo fue el filósofo alemán del
siglo XX, Martin Heidegger. Este, esencialmente, estaba de acuerdo con el punto
de vista de Nietzsche acerca de que el lenguaje crea la realidad. Para elaborar
su comprensión del lenguaje, Heidegger se basó en ejemplos literarios y asumió
una postura mística y casi religiosa ante el mismo. En lugar de analizar el
lenguaje, él quería experimentarlo y por medio de esa experiencia llegar a
ponerse en contacto con el ser, la existencia.
Foucault:
la realidad es una liberación continua.
Durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, varios pensadores
franceses fueron atraídos por la ideas de Nietzsche y de Heidegger. Entre
ellos, Michel Foucault y Jacques Derrida fueron los más significantes
promotores del postmodernismo. Foucault sostenía que, debido a que el
conocimiento tiene la intención de controlar y someter, no puede ser objetivo.
Por ello el intelectual debe desafiar este orden en un programa continuo de
liberación. El lenguaje por medio del cual se expresa el conocimiento es
solamente discursivo —palabras e ideas que interaccionan con otras palabras e
ideas, más que con los objetos en sí mismos—; por lo tanto constituye un
discurso que desafía a un discurso opuesto. Por eso Foucault se puso del lado
de los grupos excluidos o marginados, particularmente los homosexuales, para
trastornar el orden existente. Pero si uno de estos grupos marginados llegaba a
ser dominante, él estaba listo a aliarse con otro grupo marginado para oponerse
a este nuevo orden de opresión que fue creado.
Derrida:
no hay significados intrínsecos.
Jacques Derrida también se ocupa del lenguaje. Ya que no tenemos una visión
inmediata de la realidad, dependemos del habla y de la escritura. Pero el habla
y la escritura son ambiguos y no necesariamente transmiten lo que queremos
decir. Por eso Derrida propone la destrucción del texto, lo que incluye el
análisis etimológico de las palabras, el juego de palabras involuntario y los
deslices freudianos, con el fin de mostrar que éstos no contienen ningún
significado intrínseco.
A pesar de
las importantes diferencias entre estos cuatro pensadores, ellos colocaron las
bases filosóficas del postmodernismo con tres contribuciones principales.
Primero, el ser humano no puede tener acceso a la realidad y por lo tanto no
tiene medios para percibirla. Segundo, la realidad es inaccesible, porque
estamos encerrados en la cárcel del lenguaje que forjan nuestros pensamientos
antes de que pensemos y porque no podemos expresar lo que pensamos. Tercero,
nosotros creamos la realidad mediante el lenguaje, por ello quienquiera tiene
el poder de estructurar el lenguaje determina la realidad.
El
postmodernismo y las humanidades
El
postmodernismo como un movimiento intelectual reconocido comenzó a fines de la
década de los 60 y principios de los 70. Un
examen de los escritos del postmodernismo revela la naturaleza cambiante y
fragmentaria de este movimiento. Algunos de los efectos producidos por este
énfasis sobre las humanidades pueden resumirse de la siguiente manera.
Antifundacionalismo. Es un hecho que a menudo se hace referencia al
postmodernismo como antifundacionalista, pues emerge la consideración de que el
lenguaje es una realidad completa en sí misma. Así Jean Baudrillard puede decir
que debemos permitir “todas las interpretaciones posibles, incluso las más
contradictorias, pues todas son verdaderas, en el sentido de que su verdad es
intercambiable”. Reflejando a
Foucault, Zygmunt Bauman declara: “La verdad es...una relación social (como el poder, la posesión o la libertad):
un aspecto de la jerarquía construida sobre unidades de superioridad e
inferioridad; más exactamente, es un aspecto de la forma hegemónica de
dominación o de un intento de dominio mediante la hegemonía”. Por lo tanto, los postmodernistas
frecuentemente hablan de textos, ideas y lenguajes “privilegiados”, creyendo
que su importancia no radica en sus cualidades inherentes, sino en las
relaciones jerárquicas de poder.
Enfasis
sobre el “otro”. Debido a que ven la
verdad como un símbolo o una expresión de poder, los postmodernistas enfatizan
lo que ellos frecuentemente designan como “otros”: los grupos marginados, la
gente de color, las mujeres, los homosexuales y la gente del tercer mundo, los
cuales pueden desafiar el “centro” o el lugar del poder. En una frase típica,
Henry Giroux afirma que “al desafiar la noción de la razón universal, la
construcción de un sujeto blanco humanista y la legitimación selectiva de la
cultura elevada como patrón de práctica cultural, la crítica postmodernista ha
puesto en evidencia de cómo el característico discurso norteamericano y
eurocéntrico de identidad suprime las diferencias, la heterogeneidad y la
multiplicidad, en un esfuerzo por mantener la hegemonía del poder”.
Expresión
en la crítica literaria. Con su
énfasis en el lenguaje, no es de sorprenderse que el postmodernismo haya
experimentado probablemente su más alta expresión en la crítica literaria. Un
ejemplo de ello es Stanley Fish, quien ha sido un líder en el método de la
literatura conocido como la teoría de la “respuesta del lector”. En su libro Is there a Text in This Class?,
se refiere a la premisa del modernismo de que un texto literario tiene una
identidad fija que el crítico debe descubrir. En este desarrollo intelectual
Fish primero argumentó que el texto tiene una estructura que es la misma para
todos los lectores, pero que el significado de la obra está basado en la
experiencia del lector. Sin embargo, más adelante determinó que es el lector
quien decide qué patrones formales son importantes. Más tarde, sostuvo que el
lector suple los patrones formales. Finalmente, concluyó que el lector no actúa
independientemente sino que es un miembro de una comunidad de interpretación
que influye sobre la manera en que el lector comprende el texto.6 Otras
escuelas críticas, incluyendo el formalismo, la semiótica, la destrucción del
texto, el feminismo y el neomarxismo, también han desligado al autor y el texto
de diferentes maneras. El crítico se dedica a la crítica como otra forma de
arte —como un texto interactuando con otros textos— ya que no es posible
identificar el “significado del texto con referencia a cualquier criterio de
valor, de conocimiento y verdad de validez general”. Este enfoque teórico determina los
ataques al llamado “canon” de la literatura occidental. Mientras que algunos
simplemente quieren ampliar el canon para incluir “otras voces”, a saber, las
de las mujeres y de las minorías étnicas, otros han atacado la noción misma de
que los clásicos sean en alguna forma obras superiores. Más bien, según su
punto de vista, esos escritos han sido considerados clásicos porque fueron
colocados en esa posición por una estructura de poder representada por el
hombre blanco heterosexual.
La historia
ha respondido con lentitud al impulso del postmodernismo en parte porque los
historiadores no han manifestado interés en los fundamentos teóricos de esta
disciplina. Sin embargo, Hayden
White argumentó a principios de los 70 que existía una considerable similitud
entre la literatura y la historia, tanto en la forma como en el propósito. Es
más, observó que, aparentemente, “hay un componente ideológico irreductible en
cada registro histórico de la realidad”. Otros
historiadores, especialmente los dedicados a la historia cultural e
intelectual, han desarrollado este tema. Por ejemplo, Dominick LaCapra describe
al historiador como alguien que sostiene un diálogo con el pasado y que decide
“qué merece ser preservado, rehabilitado o críticamente transformado en
tradición”. Junto al influyente
filósofo Jean-Francoise Lyotard, quien desafió la posibilidad de toda
interpretación totalizadora de la historia, los historiadores comenzaron a
rechazar la noción de objetividad. “La historia, como el mito, poderosa,
sugestiva e inevitablemente fragmentaria —escribe Henry Glassie—, existe para
ser alterada, para ser permanentemente transformada, proponiendo órdenes
sociales todavía no imaginables”.
Como otros
lo hacen en los estudios literarios, los historiadores han ido incorporando en
sus estudios cada vez más nuevas voces y perspectivas a su círculo, tales como
afroamericanos, indígenes, mujeres, homosexuales, clases sociales ajenas a la
élite como obreros, comerciantes, campesinos y pueblos colonizados. Con
frecuencia se han referido al tema de la opresión, particularmente en conexión
con la diseminación del cristianismo y del colonialismo occidental. Además de
introducir nuevas voces, los historiadores ahora también buscan descifrar el
lenguaje para revelar las relaciones entre el poder y el género, o de las
realidades psicológicas subyacentes a los eventos. De la misma forma que
algunos críticos literarios, ellos buscan derribar las jerarquías históricas.
Comentando sobre el ardoroso debate acerca de estos nuevos impulsos en la
erudición histórica, Joan Wallach Scott, la historiadora feminista, describe el
acercamiento postmodernista a la historia y aplica su metodología de la
siguiente manera: “El conocimiento que producimos es contextual, relativo,
abierto a la revisión y al debate, y nunca absoluto. —Y continúa diciendo—: No
se niega la parcialidad y la particularidad de la historia, y por extensión, de
todos los acontecimientos que los historiadores nos relatan. En última
instancia, es la pluralidad de las historias y de los protagonistas de las
mismas, así también como la ausencia de una narración única lo que les resulta
intolerable a los conservadores, porque socava la legitimidad de su búsqueda de
dominio”. Tenemos que reconocer que el postmodernismo tiene facetas múltiples.
Mientras que por un lado algunos argumentan que la erudición es una ficción,
otros sugieren que hay una conexión entre el conocimiento y el mundo real. En
otras palabras, hay versiones más conservadoras y más radicales del
postmodernismo. Pero este mismo pluralismo de los postmodernistas sugiere su
naturaleza fundamental. “Por lo tanto, propiamente hablando, no hay una
‘cosmovisión postmodernista’ ni la posibilidad de que esta exista —afirma
Richard Tarnas—. El paradigma postmodernista es por naturaleza fundamentalmente
subversivo de otros paradigmas, ya que en su esencia considera que la realidad
es a la vez múltiple, y al mismo tiempo, local y temporal y sin un fundamento
demostrable”.
¿Cómo
debemos responder al postmodernismo? Es claro que desafía todos los conceptos
que han guiado a la civilización occidental por más de 400 años. Su difusión en
el mundo académico y en la cultura general requiere que se lo considere
seriamente.
Contradicciones
internas. En primer
lugar, el postmodernismo presenta una serie de contradicciones internas. Aunque
muchos potsmodernistas afirman que no podemos tener un contacto con la realidad
y por lo tanto no podemos establecer la verdad, este argumento constituye una
declaración verdadera acerca de la realidad. Por otra parte, al referirse al
concepto de crisis, al proponer un proceso histórico que avanza de lo moderno a
lo postmoderno y al criticar el “Proyecto del Iluminismo”, el postmodernismo
termina proponiendo una meta-narración de la cultura occidental que parece no
tomar en cuenta el pluralismo que a su juicio es la esencia del proceso
histórico. El romanticismo, el tradicionalismo y la religión han desafiado la
supremacía de la razón y han desempeñado un papel importante en la formación de
nuestra cultura; sin embargo, parecen desvanecerse en medio del paradigma del
“Proyecto del Iluminismo” postulado por los postmodernistas.
A pesar de
la negación de los absolutos, la preocupación del postmodernismo con respecto
al concepto del dominio y de la opresión, revela su propio esquema de valores
morales. Los conceptos de tolerancia, justicia y democracia, aparecen
frecuentemente en los escritos postmodernistas como valores morales por medio
de los cuales se debe juzgar a la sociedad. Pero si no podemos conocer absoluto
alguno, pareciera no haber otra razón que la preferencia para escoger estos
valores en particular y, si la preferencia determina nuestros valores,
parecería entonces que esos mismos valores perderían su fuerza moral.
Estas
contradicciones internas del postmodernismo apoyan el punto de vista de muchos
eruditos, de que en vez de ser una nueva cosmovisión —o una anticosmovisión— el
postmodernismo es la conclusión o resultado lógico del modernismo. Si esto es
así, no es de sorprenderse que el postmodernismo todavía acaricie algunos de
los valores modernistas, aun cuando ha socavado las bases de esos valores.
Problemas
prácticos. El postmodernismo
también presenta algunos problemas prácticos. Aunque la mayoría de los postmodernistas
cree que el lenguaje nos separa de la realidad, éste no es el único modo de
comprender la experiencia humana. Allan Megill, un historiador que simpatiza
con el postmodernismo, escribe: “Uno puede, si uno quiere, llamar a todo una
‘ilusión’, de la misma manera como uno puede llamar a todo un ‘discurso’ o
‘texto’. Pero esto no elimina la distinción entre, digamos, una interpretación
de la experiencia de ser arrollado por un camión y la experiencia en sí misma
—una distinción que cada lengua debe establecer de alguna forma, si quiere
funcionar sobre algo diferente que un nivel puramente fantástico —”. En otras
palabras, existe una conexión entre el lenguaje y la realidad externa que el
postmodernismo no parece reconocer en forma suficiente. Por ejemplo, la
historiadora feminista de la ciencia Evelyn Fox Keller, argumenta que la
ciencia moderna debe entenderse como el producto de una jerarquía privilegiada
masculina. No obstante, a ella le intriga el hecho de que este conocimiento
influenciado por el género masculino haya alcanzado tantos logros. “Cualquiera
que sea la corriente filosófica que aceptemos, permanece el hecho de que la
visión particular de la ciencia que han elaborado hombres de ciencia como Bacon
en el curso del tiempo, han más que cumplido las profecías de Bacon, y han
producido una clase de poder que superó sus sueños más ambiciosos. Tal como la
conocemos, la ciencia logra notables resultados”. Aun cuando Keller reconoce
que existe una vaga conexión entre la ciencia y la realidad física, considera
que es muy limitada y arguye que necesitamos “una mayor comprensión de lo que
significa que la ciencia ‘funciona’, sobre todo, en qué funciona. Se
necesita volver a examinar el significado de ese éxito”.
Otro
problema práctico, probablemente el más importante que expone el
postmodernismo, consiste en determinar si es posible una sociedad o una
civilización viables sin ningún fundamento o valores. Uno de los filósofos
postmodernistas más destacados de los Estados Unidos, Richard Rorty, sostiene
que en un mundo en donde no existe ni tampoco puede existir la verdad, lo único
que necesitamos es una mutua tolerancia. Pero,
¿tiene la mutua tolerancia la suficiente fuerza moral para preservar una
sociedad desafiada interna y externamente por voces disidentes que presentan
una visión diferente, posiblemente una basada en absolutos? ¿Es suficiente la
tolerancia mutua para motivar las generaciones futuras a mantener una
civilización, sin un fundamento más seguro que la mera preferencia?
Las
preocupaciones del cristiano. Algunos
cristianos han visto al postmodernismo con su interés en el “otro”, con su
preocupación por una pluralidad de opciones y su rechazo contra la dominación
de la razón y la ciencia, como una situación más favorable para el cristianismo
que la presentada por el modernismo. Arthur J. DeJong, por ejemplo, afirma que
el postmodernismo “enfatiza la apertura y la diversidad y vuelve a introducir
la reverencia y el misterio. Si bien no exige transcendencia, la permite”.
Aunque este
argumento es válido hasta cierto punto, también puede ser ingenuo. La razón por
la cual el postmodernismo permite la reverencia, el misterio y la
trascendencia, es porque no acepta explicación alguna como verdadera, o para
decirlo de otra manera, considera que todas las explicaciones son igualmente
veraces y válidas. El cristianismo puede participar del diálogo sólo si
abandona todo discurso, sólo si abandona toda pretensión de verdad absoluta.
Como
cristianos podemos estar de acuerdo con el postmodernismo y aprender mucho de
él en su convicción de que nuestro conocimiento es limitado, de que la razón es
una vía inadecuada hacia lo absoluto y que el lenguaje le da forma y traza los
límites al pensamiento. Después de todo, Pablo afirma que “ahora vemos por
espejo, oscuramente”. El hecho es que, como cristianos,
creemos en absolutos revelados, mientras que los postmodernistas no lo admiten.
Gene Edward Veith observa que “los modernistas argumentarían en diferentes
formas que el cristianismo no es verdadero. Difícilmente se escucha este
argumento hoy. Actualmente la crítica más común es la de que ‘los cristianos
piensan que ellos tienen la única verdad’”. En
contraste con la negación de la meta-narrativa del postmodernismo, los
cristianos creen que la “petit-histoire”, usando la terminología de
Lyotard acerca del nacimiento de Jesús, su crucifixión y resurrección, no
solamente ocurrió, sino que es el elemento clave en la meta-narración de la
historia cósmica —lo que los adventistas llaman “el gran conflicto”—. Es más,
los cristianos afirman que nuestra relación personal con esta historia
totalizadora determina nuestro destino eterno.